miércoles, noviembre 25, 2015

Los "okupas" del Batán


Dentro de la Escuela Taurina de Madrid, los chavales aprenden de sus maestros los valores esenciales que, a su vez, les transmitieron los suyos. Joselito entró en ella siendo un crío, y como bien explicó en su autobiografía, de no haber existido, habría acabado como un “camello” más en el Patio Maravillas, o en otro de esos lugares donde el “underground” moderno cultiva el odio social, los celos y las malas hierbas. En vez de la “contracultura”, tan alabada por los progresistas, en la Escuela de Tauromaquia, Joselito profundizó en el sentido de la vida y en el respeto hacia los demás. En una palabra, antes de aprender a ser figura del toreo -lo cual no deja de ser un milagro-, aprendió a ser un hombre cabal. Y cuando tres décadas más tarde la Escuela se tambaleaba al carecer del rigor necesario para cumplir su misión, decidió tomar el relevo como maestro a pesar de sus muchas ocupaciones: cuando se sale de la nada hasta alcanzar la fortuna y la gloria, uno no tiene que olvidar sus orígenes ni ser desagradecido con el mundo que lo ha forjado. Aunque los “antisistemas” del Ayuntamiento no lo entienden, se puede ser rico y afortunado sin convertirse en “facha”. Igual que en la época de Joselito, los alumnos que hoy aprenden los secretos del toreo y las leyes de vida, provienen, en su mayoría, de clases muy humildes. Además de un bonito sueño, los toros suponen una vía -una de las pocas- a través de la cual un chaval pobre puede acceder a la riqueza, a condición de ser capaz. Y para aquellos que no lo consiguen, la experiencia vivida a lo largo de un par de años les sirve para enfrentarse a la vida real, que es, como bien dice Joselito, la verdadera jungla que les espera fuera del redondel donde se forjan sus sueños.

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